La Fe ante el COVID-19
14 de mayo ORACION POR LA HUMANIDAD
JORNADA DE ORACIÓN, AYUNO Y OBRAS DE MISERICORDIA
descarga aquí el SANTO ROSARIO POR EL FIN DE LA PANDEMIA (Conferencia Episcopal Mexicana)
El Papa Francisco nos pide que recemos juntos como hermanos por la liberación de todas las pandemias, recordó que hay otras pandemias que causan millones de muertes, como la pandemia del hambre y la guerra, e invitó a pedirle a Dios que nos bendiga y tenga misericordia de nosotros.
El Papa invitó a hacer la comunión espiritual con esta oración:
Regina Coeli
G: Reina del cielo, alégrate, aleluya.
T: Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.
G: Ha resucitado según su palabra, aleluya.
T: Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
G: Goza y alégrate Virgen María, aleluya.
T: Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya.
Oremos:
Oh Dios, que por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen. (tres veces)
DESCARGA: FUERTES EN LA TRIBULACIÓN (Edición a cargo del Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede) Oraciones y reflexiones.
¿Cómo enfrentar con fe esta situación?
En diciembre del 2019 se escucha la noticia de un extraño y nuevo virus SARS que está generando hospitales saturados y muertes en China, llamando a la enfermedad mas adelante COVID-19. Poco a poco se fue extendiendo el contagio en países como Italia, Irán, España, y así por todo el mundo. La situación se complica a nivel global y es declarada Pandemia.
Ante esta situación, nuestra fe es puesta a prueba, el pánico parece invadir de forma proporcional a la indiferencia, siendo que ningún extremo así ayuda. ¿Que podemos decir según nuestra fe sobre este difícil acontecimiento? ¿como podemos enfrentar esta situación?
JUNTOS AHORA MAS QUE NUNCA
Seas creyente o no, católico o no, vale la pena escuchar el siguiente mensaje del papa Francisco, que no esta nada lejano a la realidad que vivimos: «En estas semanas, la vida de millones de personas cambió repentinamente. Para muchos, permanecer en casa ha sido una ocasión para reflexionar, para detener el frenético ritmo de vida, para estar con los seres queridos y disfrutar de su compañía.
Pero también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás consecuencias que la crisis actual trae consigo… Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas»
(Papa Francisco Urbi et Orbi 12 de abril del 2020)

En la plaza de San Pedro, Vaticano, solitario y de manera extraordinaria, extendiendo una bendición especial en esta crisis el 27 de marzo el Papa Francisco predicaba en relación al pasaje de la tormenta del evangelio de San Marcos Capítulo 4: «Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa.
Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.»
¿Cómo podemos entender y enfrentar esta situación a la luz de la fe?
Ser cristianos no nos exenta de pasar por pruebas, tormentas y dificultades, y tampoco nos distingue un bienestar permanente por ser creyentes o «portarnos bien», tampoco significa tener que buscar el dolor o pretender vivir voluntariamente en el sufrimiento sin sentido. La vida nos ofrece gratos momentos pero también el cáliz del sufrimiento. Pero entonces ¿Qué ventajas tenemos como creyentes?
EL CAMINA JUNTO NOSOTROS
No vamos solos, Jesús nuestro Señor pasó crueles dolores y desprecios, su vida no fue un camino de rosas sin espinas, es más fue un camino de espinas, tanto que de espinas fue su corona. El cargó sobre si todo dolor y enfermedad. Con ello, el dolor adquiere un sentido redentor, pero sobre todo, podemos tener la certeza de que no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna. (Hebreos 4, 15-16)
Es decir que Jesús nuestro Señor puede compadecerse, tener compasión sincera, pues el dolor o la angustia que podamos experimentar en algún modo ya lo ha vivido Él antes. Si alguna imagen representa mejor la idea de que camina con nosotros, es la de aquel Simón de Cirene, llamado cireneo o cirineo, que ayudo a nuestro Señor a cargar la cruz. Eso hace Jesús ahora con nosotros. El que fue ayudado en la dificultad, ahora nos ayuda. Si el Cireneo ayudó quizá con poca voluntad, de algún modo obligado. Jesús en cambió le obliga su amor por nosotros, su compasión.

2. EL PUEDE Y QUIERE AYUDARNOS
Sí, Él puede ayudarnos, pero por alguna razón a veces «tarda» o a veces pareciera ignorarnos. Ante esto tenemos dos respuestas CONFIANZA Y PERSEVERANCIA.
CONFIANZA al saber que Dios quiere lo mejor para nosotros, y a pesar de que nos deja vivir nuestra libertad y las consecuencias de nuestros actos y los de otras personas, por muy malo y doloroso que sea, incluso la muerte propia y de un ser querido, aunque sea de lo mas incomprensible, Dios puede usar (si le dejamos) todo eso para nuestro bien. Pero también debemos confiar en que Dios no se goza en la injusticia (1a Cor 13,16) ni quiere que la pasemos mal.
¡Somos sus hijos! y quiere vernos bien; por eso cuando oremos, hagámoslo con la sospecha al menos de que muchas veces ha sido nuestra terquedad en hacer nuestra propia voluntad lo que nos ha puesto quizá en una mala situación, y aún cuando no seamos responsables de los males que nos acontecen, debemos de confiar quizá contra todo entendimiento humano, que en las peores circunstancias Dios puede actuar en nuestro favor si es para nuestro bien.
Job no la pasó nada bien, incluso llegaría a maldecir su propio nacimiento, pero a pesar de lo triste de esta historia, que puede ser a veces la nuestra cuando nos llueve sobre mojado, tenemos en primer lugar el derecho de reclamar y desahogarnos delante de Dios. Y en segundo lugar tener la certeza de que por muy mal que nos este iendo, aun las cosas pueden componerse. La historia de Job parece excesiva, pero trae una enseñanza de confianza.
No todo está perdido.
Aunque a veces parezca que si. Job enfermo a punto de muerte, después de vivir la muerte de sus hijos, y la pérdida de todos sus bienes. Pobre, enfermo, solo, incluso incomprendido, su historia termina así:
42, 12 El Señor bendijo los últimos años de Job mucho más que los primeros. El llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. 13 Tuvo además siete hijos y tres hijas. 15 En todo el país no había mujeres tan hermosas como las hijas de Job. Y su padre les dio una parte de herencia entre sus hermanos. 16 Después de esto, Job vivió todavía ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. 17 Job murió muy anciano y colmado de días.
Como hijos e hijas de Dios podemos pedir confiadamente ayuda oportuna pero si no vemos alguna respuesta es importante no rendirnos pues el mismo Señor Jesús así nos lo da a conocer:
Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: «Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle», y desde adentro él le responde: «No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos». Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. (Lucas 11, 5-8)
Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! (Mateo 7, 7-11)
Más adelante nos dará otra enseñanza en el mismo tenor:
Después les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban las personas; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario». Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan las personas, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme».» Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? (Lucas 18, 1-7)
Al hacer oración no debemos perder de vista que antes de transformar la realidad exterior, esta debe transformar primero nuestra vida, no sea que seamos nosotros mismos obstáculo para recibir las gracias divinas. Dios no quiere sanarte de algo, sino sanarte de todo.
Para mi la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. (fil 1,21)
Esta situación extraordinaria en nuestra vida ha puesto de manifiesto realidades ante las cuales no solíamos tener «tiempo» de considerar, como dijo el Papa Francisco: «La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos… Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.» (urbi et orbi 27 de marzo 2020)
Fácilmente habíamos perdido la humildad de reconocernos polvo, habíamos olvidado las frases de inicio de cuaresma: ¡recuerda que eres polvo y al polvo volverás! y es que todos en algún momento, hasta el mismo Job que Dios bendijo con larga vida, hasta Lázaro y todos los demás que Nuestro Señor Jesucristo resucitó, en algún momento perecieron; Cristo mismo enfrentó la muerte. ¿por qué tuvimos que esperar una pandemia para temer por nuestra vida si todos los días estamos en posibilidad de morir?
Ya nuestro Señor Jesús nos invitaba a preocuparnos por las cosas de arriba y a estar alertas porque no sabemos el día y hora de nuestra muerte. Aunque difícil, es una realidad que debemos enfrentar: moriremos en algún momento, por eso siempre debemos estar preparados. Hay veces que la enfermedad nos da un tiempo de despedida: En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. Y vino a él el profeta Isaías, hijo de Amoz, y le dijo: Así dice el Señor: «Pon tu casa en orden, porque morirás y no vivirás». (2da de Reyes 20,1) Algunas veces sobrevivirás pero alguna vez no.
Para el creyente cristiano la muerte no tiene la ultima palabra, el Apóstol San Pablo advertía que no debemos estar tristes como aquellos (no creyentes) que no tienen esperanza, (1 Ts 4,13) porque nosotros creemos como cristianos en la RESURRECCION, y Nuestro Señor Jesús decía: «Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mi no morirá para siempre ¿Crees tu esto? (Jn 11,25) pregunta que debe resonar en nosotros hoy en día ¿lo creemos? ¿le creemos a Jesús?
No se turbe su corazón; creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, ya se lo hubiera dicho; pero yo voy a prepararles un lugar para ustedes. Vendré y los tomaré conmigo; para que donde yo este, allí estén también ustedes (Jn 14, 1-3)
No, no creo ni espero que sea tu caso en esta pandemia, pero no esperes más y pon tu vida en orden. Terminemos reflexionando las fuertes y muy alentadoras palabras del Papa Francisco:
¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo.
Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”,
«volved a mí de todo corazón» (Jn 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es.
Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas.
Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.
Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos
a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno
todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.
El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3),
que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.
En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
by: (Fernando Román Chablé Juárez 18 de Abril 2020) citando el mensaje del Papa Francisco 27 de marzo 2020
“Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, se insinúa justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás. El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí”. (Papa francisco, Fiesta de la divina misericordia 2020)
ORACIONES Y REFLEXIONES PARA VENCER EL MIEDO Y LA ANSIEDAD.
ORACIONES Y REFLEXIONES EN TIEMPO DE DIFICULTAD
SANTO ROSARIO POR EL FIN DE LA PANDEMIA (Conferencia Episcopal Mexicana)
DESCARGA: FUERTES EN LA TRIBULACIÓN (Edición a cargo del Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede)
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